viernes, 1 de octubre de 2010

Carta de Bienvenida

María E. del Río
Presidenta Fundación Casa Vieja del Rio

En Campeche por años el cine representó el único entretenimiento para sus ciudadanos, elemento democratizador que reunió en un mismo espacio a todas las capas que conformaron nuestra sociedad. Desde las butacas del cine, algunas cómodas y otras no tanto, develamos los claroscuros de la realidad, el cine a través de la ficción, nos permitió asomarnos a los grandes y eternos temas sociales, a otros modos de vida, costumbres y entornos y de manera casi natural influyó en nuestra manera de pensar, actuar, hablar, vestir y amar.

El asistir al cine de las cinco y luego “dar vueltas al parque” era un ritual sagrado que domingo a domingo repetíamos con una devoción casi religiosa. Ya en los setenta se sentía la presencia y desplazamiento brutal de la filmografía nacional por la norteamericana con sus secuencias rápidas y violentas, casi sin sentirlo fuimos dejando atrás la gracia de Tin-Tan y la fuimos sustituyendo por Jerry Lewis y su mímica tonta, proceso por demás antiguo dado el origen de nuestra industria cultural. México, como tantos otros países en desarrollo, fue receptor de diversos artilugios como el cinematógrafo, los discos, el aparato radiofónico y el televisor, productos que fue¬ron desarrollados en los países con un capitalismo avanzado y que a su proceso de desarrollo interno siguió el de expansión y diversificación.

Las coyunturas históricas que dieron origen a la industria fílmica nacional, como el éxito de “Allá en el Rancho Grande” (1936) le permitieron competir medianamente con las empresas productoras más poderosas del mundo, como la norteamericana y la francesa. La temática de las películas de esa época se nutre de la literatura, de la prensa, de la fotografía “nacionalista” y de las historietas, entre otros, lo que convierte a nuestro cine como bien dice Aurelio de los Reyes en un medio de propaganda de las diversas formas de “nacionalismo”; es a partir de aquí cuando la cinematografía mexicana empieza a jugar un papel determinante en el concepto que tiene el mexicano de sí mismo al exaltar y mitificar una realidad contrastante que celebra la falta de recursos, la desigualdad y la pobreza y que le otorga virtudes a ésta como la solidaridad, generosidad y nobleza, concepto que no es otro sino el resultante de un sistema económico en proceso, surgido de la Revolución de 1910.

El declive del cine mexicano a partir de la década de los cincuenta volvió a poner las salas de cine a disposición de la industria norteamericana, la cual de forma hegemónica continúa produciendo filmes que mas allá de entretener enajenan, deforman y despolitizan a sus consumidores. El surgimiento de un nuevo cine mexicano en un país con una problemática social compleja y violenta nos vuelve a situar en otra coyuntura histórica que plantea por una parte la necesidad de recuperar los espacios y la preferencia del público y por otra la imposibilidad de hacerlo ante el copamiento de estos espacios por una industria extranjera, organizada y poderosa. Es aquí donde la responsabilidad de los diversos agentes culturales entra en juego, por esto Humberto Solás.

Cubano de nacimiento, universal por su acción, humanista comprometido, uno de los fundadores del Nuevo Cine Latinoamericano, dirigió la primera película cubana candidata al Oscar de la Academia de Hollywood; habiendo realizado las películas más caras de la filmografía cubana, fue también quien empezó a realizar las más baratas, mediante el uso de la tecnología digital, convencido de que: “hacer una película de compromiso con la realidad es una hazaña en cualquier parte del mundo” y para quien el artista debe influir positivamente en la trayectoria colectiva. Fundó en 2003 el primer Festival del Cine Pobre en Gibara, un pequeño puerto pesquero en la provincia oriental de Holguín, en Cuba, ahí año con año, hasta su muerte en 2008, defendió y promovió la democratización del cine, mediante la reducción de costos de producción, el rescate del cine de autor y sobre todo la independencia de los cineastas o videoastas ante las grandes productoras transnacionales. Un cine que bien llamó “invisible” para las mayorías, entre las cuales nos encontramos los campechanos.

La Fundación Casa Vieja del Río está consciente que el público, como señala Margulis, son seres humanos con potencia creadora que reciben, además de los mensajes de la cultura de masas, los mensajes que emanan de la realidad social, económica y política que les toca sufrir. Con la Muestra del Cine Pobre de Humberto Solás en Campeche se tiende un puente entre un cine digital de alta calidad y contenido y un público ávido, eso espero, por conocer nuevas opciones y tendencias del arte cinematográfico. Tenemos esperanza que el mostrar lo que se está haciendo en otras latitudes del planeta, sirva de incentivo para que los ciudadanos de esta región de México, cineastas o no, se atrevan a realizar un ejercicio de creación y plasmen digitalmente una realidad cercana, que encierre la memoria de nuestra cultura.

Foto Miguel Márquez

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